Un estudio de la Universidad de Michigan mostró que los adultos castigados físicamente durante la infancia tienen más probabilidades de desarrollar depresión y pensamientos suicidas, así como el potencial de abusar del consumo de alcohol y usar drogas ilícitas. Otro estudio, de la Universidad de Texas en colaboración con la Universidad de Virginia, publicado en la revista de la Asociación para Psicología de la Ciencia (EE. UU.), concluyó que niños a los que les pegaban hasta los 5 años tienen más problemas de comportamiento entre los 6 y los 8 años de edad. La investigación demostró que las peleas y los momentos en que se enojaban y actuaban impulsivamente eran más frecuentes en los niños que fueron golpeados.
Y estos son solo dos estudios académicos entre decenas que han demostrado lo mismo: las nalgadas no tienen valor educativo, solo bloquean temporalmente acciones que tienden a repetirse. El castigo físico hace que el niño modele su comportamiento por miedo, repercutiendo directamente sobre las emociones que tendrá durante la edad adulta, haciéndole ver el mundo como un lugar amenazante o creando la idea de que está bien forzar la voluntad a través de la fuerza. El acto de pegarle a un hijo sigue siendo, a menudo, la repetición de la actitud de padres a los que les pegaron durante la infancia y absorbieron la creencia de que la conversación no funciona para inhibir actitudes inapropiadas.
La verdad es que la conversación funciona, sí, incluso para niños extremadamente rebeldes u opositores. Hay formas más eficaces de establecer límites, y el diálogo preciso es la más eficiente: trata de reemplazar "eres un niño maleducado" por "no me gustó lo que hiciste", por ejemplo. Un niño consciente de sus defectos es un futuro ciudadano consciente de su papel en la sociedad. Es importante recordar que no nacen con el discernimiento de lo correcto y lo incorrecto, y que desagradar a los padres es lo que menos quieren hacer, por lo que debemos ser empáticos y ayudarlos a comprender patrones inapropiados de comportamiento.
La disciplina positiva debe estar activa en ese momento, sabiendo reconocer y elogiar las buenas acciones y esfuerzos del niño. Un "estoy orgullosa de que te hayas portado bien hoy" tiene mucho peso en la mentalidad de los más pequeños. Educar, en cierto modo, se parece a ese viejo dicho de que prevenir es mejor que curar. Reforzar lo positivo ayuda a desarrollar la inteligencia emocional, tan importante en la personalidad que se formará y durará toda la vida. Busca conversar y cuestionar actitudes. Uno de los mayores errores de los adultos es subestimar a los niños, creyendo que no pueden entender lo que se dice o explica, cuando en realidad eso estrecha las relaciones y hace que luego se conviertan en adolescentes más seguros de sí mismos.
*Todas las informaciones contenidas en este post fueron basadas en informes periódicos, revistas y/o sitios de noticias.
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